Richards Lynch (cellnet94)

Este tipo de diseño no difiere mucho de aquel con el que construimos presas en los ríos. Sus beneficios presuponen consecuencias –que se traducen en contaminación lumínica–, y sus efectos apenas comienzan a estudiarse. En general, la contaminación lumínica es resultado de una iluminación mal planeada, la cual permite que la luz artificial brille hacia afuera y hacia arriba, en dirección al cielo; en vez de esto, debería concentrarse hacia abajo. Esta desvanece la oscuridad y altera radicalmente los niveles de luz –así como sus ritmos–, a los cuales muchas formas de vida, incluida la nuestra, se han adaptado. Cada vez que la luz humana se desborda en el mundo natural, algún aspecto de la vida –la migración, la reproducción, la alimentación– se ve afectado. Durante gran parte de la historia humana, el término “contaminación lumínica” no habría tenido sentido. Hoy en día, la mayor parte de la humanidad vive bajo domos intersecados de luz que se refleja y se refracta, de rayos dispersos que provienen de ciudades, suburbios, de carreteras y fábricas demasiado alumbrados.

Casi en su totalidad, la noche europea es una nebulosa de luz, así como la mayor parte de la de Estados Unidos y toda la de Japón. En muchas ciudades, parece que el cielo se ha quedado sin estrellas, las cuales han sido sustituidas por una bruma vacía que refleja nuestro miedo a la oscuridad y recuerda el fulgor de una apocalíptica novela de ciencia ficción. Hemos alumbrado la noche como si fuese un terreno baldío, lo que no podría estar más alejado de la realidad. Tan sólo entre los mamíferos, la cantidad de especies nocturnas es asombrosa. La luz es una fuerza biológica poderosa; funciona como un imán para muchas criaturas. Por supuesto, los insectos se amontonan alrededor de los faroles, por lo que muchas especies de murciélagos se han habituado a alimentarse en ellos. En algunos valles de Suiza, el murciélago pequeño de herradura comenzó a desaparecer tras la instalación de alumbrado público, quizá porque estos valles de pronto se llenaron de murciélagos enanos atraídos por la luz.

Otros mamíferos nocturnos –incluidos roedores del desierto, murciélagos de la fruta, zarigüeyas y tejones– se alimentan con más precaución bajo el permanente fulgor nocturno, ya que se han convertido en blancos más fáciles para sus depredadores. Algunos pájaros –mirlos y gorriones, entre otros– cantan a deshoras en presencia de luz artificial. Los científicos han determinado que los días artificialmente largos –y las noches artificialmente cortas– provocan reproducción temprana en una amplia variedad de aves. Y dado que los días más largos causan periodos de alimentación más extensos, también pueden trastornar los patrones de migración. Una población de cisnes de Beckwick, que invernaba en Inglaterra acumuló grasa más rápidamente de lo habitual, lo que los condujo a adelantar su migración a Siberia. Partir antes podría significar llegar cuando las condiciones de anidamiento aún no son óptimas. En época de desove, las tortugas marinas, que muestran preferencia natural por las playas oscuras, encuentran cada vez menos lugares donde anidar.

Sus crías se ven atraídas por los horizontes más brillantes y con mayor reflexión de luz y, se confunden con el alumbrado artificial que está detrás de la playa. Tan sólo en Florida, las pérdidas en crías de tortuga suman cientos de miles cada año. De todos los tipos de contaminación que enfrentamos, la lumínica quizá sea la más fácil de remediar. Unos cambios sencillos en los diseños y la instalación de alumbrado se traducirían en cambios inmediatos en la cantidad de luz que se dispersa a la atmósfera y, en muchas ocasiones, en un ahorro inmediato de energía. Durante casi todo el último siglo, hemos llevado a cabo un experimento abierto con nosotros mismos al alargar el día, al acortar la noche y provocar cortocircuitos en la respuesta sensible del cuerpo humano a la luz. Las consecuencias de este nuevo y alumbrado mundo se perciben con más